Lunes
Hoy desayuno una lata de café. Me siento mejor, pero sigo teniendo
un molesto dolorcillo de cabeza, así que no es el que café sea salvador, y el
ruido de fondo molesto e indefinido continúa. Ayer Mr. J, mientras caminábamos
por el parque alrededor del hotel, me volvió a contar la historia del chino que
fue comido por un hipopótamo. Aparentemente fue un día lluvioso, justo en la
zona de la gasolinera del campamento, mientras estaba con otro compañero:
vieron el mastodonte y le pareció apropiado acercarse a sacarse una foto. Tengo
chiste sobre muertes por selfie, sobre el tragabolas, pero estamos hablando de
una persona muerta, aunque solo sea un desconocido, un número, un uno y luego
un cero si nos abstraemos del todo, así que por esta vez me abstendré*.
Tras el desayuno, más reuniones. Reuniones, reuniones, reuniones
inútiles, esta vez con consultores adicionales de otras nacionalidades. Le
comento a nuestra niñera, ya por la tarde, que me gustaría probar algo de
comida local, así que me lleva de la mano al despacho de un grupo de ingenieros
del cliente local y les pide que me inviten a su campamento a cenar, cosa que
hacen encantados. Voy con uno de ellos, hablamos un rato de camino al
campamento 2 mientras pienso en si habrá hipopótamos apostados detrás de los
arbustos sacándose los paluegos con
ramas afiladas estilo palillo, pensando en si seré suficiente para la merienda.
Le pregunto dos o tres veces a mi acompañante su nombre, intrigado. Constato
que he oído bien. Se llama Robot. Mr. Robot. Es ingeniero civil y no habla con
Christian Slater, que yo sepa. Llegamos por fin al campo de segunda y probamos
las delicias locales, pero casualidad hoy han hecho cena estilo occidental:
Costillas y patatas fritas. En cualquier caso, se agradece el cambio. Volvemos
a nuestro hogar vallado y le pido a la niñera que por favor me acerquen de
nuevo al súper de la entrada para hacer acopio de más café en lata. De camino a dicho supermercado se pasa justo a un poblado de chabolas,
que está dentro del propio recinto. Si no hubiera visto construcciones
parecidas en otros lugares de este país pensaría que se trata de alguna especie
de réplica de un típico pueblo africano para deleitar a mis amigos orientales,
con sus chozas de barro circulares coronadas por el techado de paja cónico.
Pero allí vive gente, sentada fuera, haciendo la colada, mirando sus móviles
mientras los cargan con un panel solar portátil, o bien habiéndolo recargado
anteriormente en la peluquería. Vuelvo a
mi chamizo con cuatro latas de café. Ritual de purga y protección. Rezar al
Dios de los antimosquitos. Dormir como un bebé.
Me despierto a eso de las 5 de la mañana y, oh Dios por qué me has
abandonado, escucho un mosquito zumbando alrededor de mi cabeza. Salto de la
cama y me pica todo. Malditas mosquiteras de calidad china. Me paso un rato
intentando localizar al insecto del demonio hasta que por fin lo veo paseando
despacito por el pie de la cama. Lo aplasto de un certero golpe de kindle. Hay
un modo de vida resumido en esa frase: Matar mosquitos con un kindle. Lo
observo detenidamente y no veo rastro de sangre y me quedo infinitesimalmente
más tranquilo. Mando wassaps a todo
el universo conocido en busca de apoyo moral y el universo se ríe de mi, con
razón. Mi mujer también.